... Hasta que llegue la hora ...

... hasta el instante de nuestra muerte "aún era tiempo", acabamos de decir. Esta expresión, ausente por completo en los textos transcritos de Leclercq, nos revela que su concepción de la vida moral, en su presunta totalidad, está montada sobre una concepción unilateral del tiempo: tiempo como "duración" (durée de Bergson). Pero el tiempo tiene otras dos duraciones: la "futurición" y el "emplazamiento". Ahora bien, desde el punto de vista ético, estas dos dimensiones son incomparablemente más importantes que la primera. El tiempo de la futurición (dimensión puesta de relieve por los filósofos de la existencia) es el de nuestros afanes, propósitos, preocupaciones y proyectos.  El tiempo del emplazamiento, el que en este momento nos interesa, es el tiempo del "mientras", como dice Zubiri (plazo o "días contados") el tiempo en que aún tenemos en nuestras manos la definición de nuestra vida. Hasta que se cumpla el "plazo" y llegue la "hora de la muerte".
¿Qué ocurrirá entonces? Que, como dice Santo Tomás, la voluntad quedará inmovilizada en el último fin que ha querido. Cuando estudiemos la función de los hábitos veremos que éstos van  consolidando aquella plasticidad durante la edad juvenil siempre disponible. El niño podía serlo todo; el viejo no puede ser ya casi nada nuevo..., y, sin embargo, "mientras siga viviendo"... "...aún es tiempo".  Nos cuesta trabajo admitir que pueda ya remover sus inveterados hábitos. Pero tal vez, merced a una especial misericordia, un acto que, psicológicamente hablando, no podría ya desarraigar un hábito hecho carne, pone punto final a la vida y ahorra la recaída, humanamente inevitable.  "Ce qu´il y a de terrible dans la mort, c´est qu´elle transforme la vie en Destin", escribe  Malraux. Pero para el cristianismo este destino no es inexorablemente impuesto -fatum, heimarméne-, sino libremente decidido. 
Aranguren, José Luis 1997. Etica. Editora Biblioteca Nueva, Madrid.